CICLO Mr. ALLEN: 22. "MISTERIOSO ASESINATO EN MANHATTAN" (1993)

INTRO. Hora de enfrentarse hoy a uno de los films a los que, sin duda, votaría servidor por hacerse con el cetro de la mejor comedia noventera. En dura pugna con "Desmontando a Harry" -también de Allen- eso sí, y (y con el permiso de todos) el Lebowski de los Coen en el rol de  tercer contendiente en discordia. Así de burra me sería y és la cosa. Y repitiendo, además, estética y forma con la inmediatamente anterior de su tan abultado, desbordante en realidad, opus: "Maridos y mujeres" (de nuevo ese "objetivo nervioso" que asemeja a una especie de "cámara al hombro, pa la calle y qué sea lo que dios quiera", y que se adelantó en tiempos, y tan ricamente, al cacareado "dogma", tan querido y aplaudido -y completamente innecesario, inocuo y vanal para quien suscribe- en los círculos más gafapastiles de aquel decenio). Rellena de citas y frases célebres (y a celebrar) como en bien pocas de sus películas en cuanto a cantidad, la vigésimo segunda referencia "allenera" (-recuerdo, por si tercia, que esta saga se limita en todo momento al Woody Allen realizador-) se aupó, ya desde su mismo alumbramiento, a uno de los largometrajes más queridos y recurrentemente visitados por un ingente, cuanto menos, considerable. Y ahí que sigue, arribando ya casi su cuarto de siglo vital y porque, básicamente, es que no queda otra.


"Sinopsis prestada".  Carol Lipton (Diane Keaton), una aburrida ama de casa de Manhattan, empieza a sospechar que su vecino Paul House (Jerry Adler) ha asesinado a su mujer. Su marido (Woody Allen) la tacha de paranoica y trata de quitarle de la cabeza esa descabellada idea, pero Carol se empeña en investigar y empienza a seguir a su vecino con la ayuda de su amigo Ted (Alan Alda), que siempre se ha sentido atraído por ella. Larry, espoleado por los celos y por una seductora escritora (Anjelica Huston), también interesada en el caso, se une de mala gana a la investigación

A FAVOR. Si entedemos como mejor forma de "comedia" en esto del cine la que deriva de la escuela de los Lubitsch o/y Wilder, esa (para hacerlo rápido) en la que no se supedita la búsqueda de la risa a una sucesión de disgregaciones en forma de gags/sketches con mayor o menor fortuna, sino donde aquella surge de manera natural engastando -de igual manera- los pasajes risibles a un todo argumental, no queda duda alguna, al fin, que "Manhattan Murder Mystery" puede lucir con todo el orgullo y merecimiento la dorada etiqueta de "comedia clásica". Que lo és. Y de las buenas, además. Sin prescindir de todo el envoltorio tan común y conocido desde el ente firmante (músicas, calles de su ciudad, conversaciones u ocasionales histerias no nos faltarán), se arma un entramado de enredo que es puro diamante pulido y donde, en realidad, el error no asoma por mucho se le quiera buscar (y rebuscar) el ángulo, con toda la inquina y mala leche posible. Merced a un guión sin fisura, anclado con firmeza plena a una trama tan tópica como infalible, y el buen hacer de las cuatro bestias escénicas que protagonizan el cocido, se consiguió ésta obra cuyos méritos y activos le llevan incluso al agradar, frecuentemente, a aquellas buenas gentes que, -y aunque amantes del medio-, se confiesan (y en su derecho están) como "no muy de Woody Allen". Tal es su virtud. Por si todo ello resultará poco, atención, parece que dure la mitad, la puñetera (personalmente siempre he considerado las mejores comedias el ejemplo más plástico y obvio de lo que sería la "agilidad narrativa" perfectamente planteada y lograda on screen... y aquí el alter del Sr. Konigsberg, ni qué decir,  alcanza el puerto de la pura exhibición, directamente).

("... El colmo de un neurótico", adivinaron bien)

EN CONTRA. Pero es que nada de nada, vaya... ¿Qué coño se puede encontrar "en contra" a un film que integra algo como: "Lo quiero todo en billetes pequeños y sin marcar... O grandes y marcados, si prefiere esa modalidad"?. 

CONCLUSIÓN. De las obligatorias de nuestro protagonista, no quepa duda y con perdón por lo obvio. A punto de llegar a su sexta década de vida, -y con todo el asunto del divorcio con la Farrow, la hija, el escarnio público y la madre que lo parió todo tan en boga por aquellos días-, Woody demostró que tenía todavía suficiente de aquella borbotónica gamberrería juvenil sin ambages ni miramientos. Lo que sumado al buen hacer y cuidado en tiempos, adquirido desde la sabiduría de la experiencia, acaba por cimentar este divertidísimo film sin fecha de caducidad posible que incluso integra cierto elemento autoparódico que le calza de narices. Inmarcesible sin más , que se dice y vaya, porque (y para terminar) me temo que siempre quedarán gentes en este mundo a las que le sobrevengan "ganas de invadir Polonia" de vez en cuando.

GUZZTÓMETRO: 10 / 10

Comentarios

  1. Muy de acuerdo, Guzz. Sumemos a tu análisis la escena final, soberbio (técnica y estéticamente) homenaje a "La dama de Shangái" de Orson Welles, y tenemos al mejor Woddy Allen, el de "Zelig", "Manhattan" o "Delitos y faltas".

    Abrazos.

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